“José subió a la ciudad de David, que se llama Belén”

 El día 1 de diciembre iniciamos el Adviento. La Iglesia se sitúa en actitud de espera y acogida del Mesías que viene a salvarnos. En este camino que nos conduce a la Navidad, la celebración de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen nos invita a dirigir nuestra mirada a la Madre del Señor. A todos nosotros, que estamos sometidos a un ritmo de vida acelerado, con tantas cosas y tan urgentes que difícilmente podemos prestar atención a las cosas de Dios, María, que tuvo siempre su corazón centrado en Él, nos enseña a estar atentos a los signos de su presencia en el mundo. En este tiempo de Adviento Ella es, para todos nosotros, un modelo que nos ayuda a no dejarnos arrastrar por un estilo de vida que nos cierra el corazón a Dios. Esta actitud la llevó a una disponibilidad total a la voluntad de Dios y a una obediencia sin reservas. Por ello, cuando le pidió que colaborara en la obra de la Redención de la humanidad, obedeció desde la fe. Estamos ante una entrega libre de toda ambigüedad. Ella no se ha reservado nada para sí misma. Su obediencia ha sido un sí con todas las consecuencias. En ningún momento dudó de que esa opción era la mejor que hubiera podido hacer; jamás pensó que otra posible decisión habría sido mejor. Una vez le dijo al Señor: “Hágase en mí según tu palabra”, ya nunca miró hacia atrás: confiando en Dios se puso en sus manos mirando siempre hacia el futuro. Contemplando a la Madre del Señor en este tiempo de Adviento, descubrimos que nuestra generosidad para con Dios es pobre y a veces llena de ambigüedades.
María es la mujer de Dios, que a Dios lleva y a Dios trae. María, la Virgen del Adviento nos ayuda a convertirnos en verdaderos hijos e hijas de la espera, que esperan todo de Él y no se desaniman ante las dificultades que adornan nuestro camino.
Que Ella nos acompañe en el camino hacia la Navidad.


ORACIÓN DESDE LA PALABRA DE DIOS

-Texto Bíblico: Lc 2, 3-7              
Todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.
              

- Pasos para la lectio divina
1. Lectura y comprensión del texto: Nos lleva a preguntarnos sobre el conocimiento auténtico de su contenido ¿Qué dice el texto bíblico en sí? ¿Qué dice la Palabra?
2. Meditación: Sentido del texto hoy para mí ¿Qué me dice, qué nos dice hoy el Señor a través de este texto bíblico? Dejo que el texto ilumine mi vida, la vida de la comunidad o de mi familia, la vida de la Iglesia en este momento.
3. Oración: Orar el texto supone otra pregunta: ¿Qué le digo yo al Señor como respuesta a su Palabra? El corazón se abre a la alabanza de Dios, a la gratitud, implora y pide su ayuda, se abre a la conversión y al perdón, etc.
4. Contemplación, compromiso: El corazón se centra en Dios. Con su misma mirada contemplo y juzgo mi propia vida y la realidad y me pregunto: ¿Quién eres, Señor? ¿Qué quieres que haga?

- Comentario
José, con María su esposa, subió «a la ciudad de David, que se llama Belén» También nosotros subimos a Belén para descubrir el misterio de la Navidad.
Belén: casa del pan. En esta “casa” el Señor convoca a la humanidad. Belén es el punto de inflexión para cambiar el curso de la historia. Allí, Dios, en la casa del pan, nace en un pesebre. Como si nos dijera: Aquí estoy para vosotros, como vuestro alimento. No toma, sino que ofrece el alimento; no da algo, sino que se da él mismo. En Belén descubrimos que Dios no es alguien que toma la vida, sino aquel que da la vida. Al hombre, acostumbrado desde los orígenes a tomar y comer, Jesús le dice: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo» (Mt 26,26). El cuerpecito del Niño de Belén propone un modelo de vida nuevo: no devorar y acaparar, sino compartir y dar. Dios se hace pequeño para ser nuestro alimento. Nutriéndonos de él, Pan de Vida, podemos renacer en el amor y romper la espiral de la avidez y la codicia. Desde la “casa del pan”, Jesús lleva de nuevo al hombre a casa, para que se convierta en un familiar de su Dios y en un hermano de su prójimo. Ante el pesebre, comprendemos que lo que alimenta la vida no son los bienes, sino el amor; no es la voracidad, sino la caridad; no es la abundancia ostentosa, sino la sencillez que se ha de preservar.
En Navidad recibimos en la tierra a Jesús, Pan del cielo: es un alimento que no caduca nunca, sino que nos permite saborear ya desde ahora la vida eterna.
Belén: ciudad de David. Allí David, que era un joven pastor, fue elegido por Dios para ser pastor y guía de su pueblo. En Navidad, en la ciudad de David, los que acogen a Jesús son precisamente los pastores. En aquella noche —dice el Evangelio— «se llenaron de gran temor» (Lc 2,9), pero el ángel les dijo: «No temáis». Resuena muchas veces en el Evangelio este no temáis: parece el estribillo de Dios que busca al hombre. Belén es el remedio al miedo, porque a pesar del “no” del hombre, allí Dios dice siempre “sí”: será para siempre Dios con nosotros. Y para que su presencia no inspire miedo, se hace un niño tierno.
Los pastores de Belén nos dicen también cómo ir al encuentro del Señor. Ellos velan por la noche: no duermen, sino que hacen lo que Jesús tantas veces nos pedirá: velar. Permanecen vigilantes, esperan despiertos en la oscuridad, y Dios «los envolvió de claridad» (Lc 2,9). Esto vale también para nosotros. Nuestra vida puede ser una espera, que también en las noches de los problemas se confía al Señor y lo desea; entonces recibirá su luz. (Cf. Papa Francisco, Homilía 24 diciembre 2018).

Nota: Os dejamos el enlace al texto completo a la:



ORACIÓN POR LAS VOCACIONES “AMOR DE DIOS”
Padre bueno, Jesús nos dijo: ”La mies es mucha y los obreros pocos, rogad al Dueño de la mies para que envíe obreros a sus campos”. Y además afirmó: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo concederá”.  Confiados en esta palabra de Jesús y en tu bondad, te pedimos vocaciones para la Iglesia y para la Familia “Amor de Dios”, que se entreguen a la construcción del Reino desde la civilización del amor.
Santa María, Virgen Inmaculada, protege con tu maternal intercesión a las familias y a las comunidades cristianas para que animen la vida de los niños y ayuden a los jóvenes a responder con generosidad a la llamada de Jesús, para manifestar el amor gratuito de Dios a los hombres. Amén.

“¡Que dicha la de aquel en cuya casa hubiera nacido el Redentor del mundo! Pues hoy mismo María llama a nuestras puertas y hoy mismo podemos darle albergue en nuestros corazones”. (J. Usera)

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