"He venido a dar plenitud"


Nos alienta recordar que, en medio de los graves excesos de la colonización de la Amazonia, llena de «contradicciones y desgarramientos», muchos misioneros llegaron allí con el Evangelio, dejando sus países y aceptando una vida austera y desafiante cerca de los más desprotegidos. Sabemos que no todos fueron ejemplares, pero la tarea de los que se mantuvieron fieles al Evangelio también inspiró «una legislación como las Leyes de Indias que protegían la dignidad de los indígenas contra los atropellos de sus pueblos y territorios». Dado que frecuentemente eran los sacerdotes quienes protegían de salteadores y abusadores a los indígenas, los misioneros relatan: «Nos pedían con insistencia que no los abandonáramos y nos arrancaban la promesa de volver nuevamente».

En el momento actual la Iglesia no puede estar menos comprometida, y está llamada a escuchar los clamores de los pueblos amazónicos «para poder ejercer con transparencia su rol profético». Al mismo tiempo, ya que no podemos negar que el trigo se mezcló con la cizaña y que no siempre los misioneros estuvieron del lado de los oprimidos, me avergüenzo y una vez más «pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América» y por los atroces crímenes que siguieron a través de toda la historia de la Amazonia. A los miembros de los pueblos originarios, les doy gracias y les digo nuevamente que «ustedes con su vida son un grito a la conciencia […]. Ustedes son memoria viva de la misión que Dios nos ha encomendado a todos: cuidar la Casa común».

La lucha social implica una capacidad de fraternidad, un espíritu de comunión humana. Entonces, sin disminuir la importancia de la libertad personal, se evidencia que los pueblos originarios de la Amazonia tienen un fuerte sentido comunitario. Ellos viven de ese modo «el trabajo, el descanso, las relaciones humanas, los ritos y las celebraciones. Todo se comparte, los espacios privados —típicos de la modernidad— son mínimos. La vida es un camino comunitario donde las tareas y las responsabilidades se dividen y se comparten en función del bien común. No hay lugar para la idea de individuo desligado de la comunidad o de su territorio». Esas relaciones humanas están impregnadas por la naturaleza circundante, porque ellos la sienten y perciben como una realidad que integra su sociedad y su cultura, como una prolongación de su cuerpo personal, familiar y grupal: «Aquel lucero se aproxima/ aletean los colibríes/ más que la cascada truena mi corazón/ con esos tus labios regaré la tierra/ que en nosotros juegue el viento». (Exhortación Apostólica postsinodal “Querida Amazonia”. N. 18-20)

 

ORACIÓN DESDE LA PALABRA DE DIOS  

 -Texto Bíblico: Mt 5, 17-19 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos». 

 

-Pasos para la Lectio divina:

 1. Lectura y comprensión del texto: Nos lleva a preguntarnos sobre el conocimiento auténtico de su contenido ¿Qué dice el texto bíblico en sí? ¿Qué dice la Palabra? 

2. Meditación: Sentido del texto hoy para mí ¿Qué me dice, qué nos dice hoy el Señor a través de este texto bíblico? Dejo que el texto ilumine mi vida, la vida de la comunidad o de mi familia, la vida de la Iglesia en este momento. 

3. Oración: Orar el texto supone otra pregunta: ¿Qué le digo yo al Señor como respuesta a su Palabra? El corazón se abre a la alabanza de Dios, a la gratitud, implora y pide su ayuda, se abre a la conversión y al perdón, etc. 

4. Contemplación, compromiso: El corazón se centra en Dios. Con su misma mirada contemplo y juzgo mi propia vida y la realidad y me pregunto: ¿Quién eres, Señor? ¿Qué quieres que haga? 

 

-Comentario: 

En no pocas ocasiones, relacionamos lo que dice la Ley de Moisés y las palabras o actuaciones de Jesús, como objetos contrarios de comparación. Jesús nos indica, en el evangelio de Mateo, que estamos en un error. La Ley y las palabras de Jesús son elementos que se integran en una dinámica de maduración y cumplimiento. Las palabras de Jesús dan sentido de madurez a quien siga la Ley y los profetas. Por eso, Jesús nos dice que su acción salvadora no es abolir la Ley, sino darle sentido de plenitud. En Jesús se da el cumplimiento de esta Ley, y en su vida se cumple lo que los profetas anunciaron de Él. Jesucristo es la palabra definitiva de Dios. No podemos olvidar los criterios de vida que tienen procedencia divina. Ellos son la garantía de nuestra justicia, del valor que le damos a la vida, al amor, y a los derechos de los hombres. Dar plenitud es abogar íntegramente por las cosas de Dios. Lleva implícito el sentido de totalidad. Jesús no quiere abolir la ley, lo que quiere es que no se esclavice con ella. No quiere que se pierda el sentido de bondad que radica en ella. Ni quiere que desaparezca de ella la pregnancia divina que contiene desde su origen. Jesús toma en serio las enseñanzas de este cuerpo normativo, porque su procedencia viene de Dios, y tienen un sentido de eternidad. Los mandamientos valoran la vida, y la vida contiene ese sentido de eternidad al que Dios nos llama. Por eso no está sujeta a modas y a cambios epidérmicos que maquillen su realidad con ideologías que transijan una muerte a la carta. Tampoco Jesús transige con las relaciones injustas que sugieran la discriminación de un enfermo, una viuda, o un pobre. La palabra de Jesús conduce al acompañamiento del desvalido, en cualquier situación en la que se encuentre de desamparo. De esta Ley resaltó fundamentalmente dos preceptos: El amor a Dios, y el amor al prójimo. Ambos son el fundamento principal de cualquier mandamiento. Es lo que contiene la vida de Dios y la vida de los hombres. Es irrenunciable para Jesús, a la hora de enseñar tales preceptos. Ambos preceptos son el equilibrio de su mensaje mesiánico, para ponerse en la piel del que necesita una palabra de aliento. (https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia, 10-06-2020) 

 

ORACIÓN POR LAS VOCACIONES “AMOR DE DIOS”


Padre bueno, Jesús nos dijo: “La mies es mucha y los obreros pocos, rogad al Dueño de la mies para que envíe obreros a sus campos”. Y además afirmó: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo concederá”. Confiados en esta palabra de Jesús y en tu bondad, te pedimos vocaciones para la Iglesia y para la Familia “Amor de Dios”, que se entreguen a la construcción del Reino desde la civilización del amor. Santa María, Virgen Inmaculada, protege con tu maternal intercesión a las familias y a las comunidades cristianas para que animen la vida de los niños y ayuden a los jóvenes a responder con generosidad a la llamada de Jesús, para manifestar el amor gratuito de Dios a los hombres. Amén. 

 

"El católico ve en cada hombre un verdadero hermano; pero un hermano a quien se halla ligado con vínculos más sagrados y más fuertes que los de la sangre" (J. Usera)

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