"El Reino de los Cielos se parece a..."

El 17 de noviembre se celebra la tercera Jornada Mundial de los Pobres. El mensaje del Papa Francisco para esta celebración lleva por lema “La esperanza de los pobres nunca se frustrará”, inspirado en el Salmo 9,19. Las palabras del salmo se presentan con una actualidad increíble. Ellas expresan una verdad profunda que la fe logra imprimir sobre todo en el corazón de los más pobres: devolver la esperanza perdida a causa de la injusticia, el sufrimiento y la precariedad de la vida.
 El salmista describe la condición del pobre y la arrogancia del que lo oprime (cf. 10,1-10); invoca el juicio de Dios para que se restablezca la justicia y se supere la iniquidad (cf. 10,14-15). Es como si en sus palabras volviese de nuevo la pregunta que se ha repetido a lo largo de los siglos hasta nuestros días: ¿cómo puede Dios tolerar esta disparidad? ¿Cómo puede permitir que el pobre sea humillado, sin intervenir para ayudarlo? ¿Por qué permite que quien oprime tenga una vida feliz mientras su comportamiento debería ser condenado precisamente ante el sufrimiento del pobre?
Era una época en la que la gente arrogante y sin ningún sentido de Dios perseguía a los pobres para apoderarse incluso de lo poco que tenían y reducirlos a la esclavitud. Hoy no es muy diferente. La crisis económica no ha impedido a muchos grupos de personas un enriquecimiento que con frecuencia aparece aún más anómalo si vemos en las calles de nuestras ciudades el ingente número de pobres que carecen de lo necesario y que en ocasiones son además maltratados y explotados. Vuelven a la mente las palabras del Apocalipsis: «Tú dices: “soy rico, me he enriquecido; y no tengo necesidad de nada”; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de lástima, ciego y desnudo» (Ap 3,17). Pasan los siglos, pero la condición de ricos y pobres se mantiene inalterada, como si la experiencia de la historia no nos hubiera enseñado nada. Las palabras del salmo, por lo tanto, no se refieren al pasado, sino a nuestro presente, expuesto al juicio de Dios.

ORACIÓN DESDE LA PALABRA DE DIOS


-Texto Bíblico: Mt 13, 31-33               

Les propuso otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su campo; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un árbol hasta el punto de que vienen los pájaros del cielo a anidar en sus ramas».
Les dijo otra parábola: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta».


- Pasos para la lectio divina


1. Lectura y comprensión del texto: Nos lleva a preguntarnos sobre el conocimiento auténtico de su contenido ¿Qué dice el texto bíblico en sí? ¿Qué dice la Palabra?
2. Meditación: Sentido del texto hoy para mí ¿Qué me dice, qué nos dice hoy el Señor a través de este texto bíblico? Dejo que el texto ilumine mi vida, la vida de la comunidad o de mi familia, la vida de la Iglesia en este momento.
3. Oración: Orar el texto supone otra pregunta: ¿Qué le digo yo al Señor como respuesta a su Palabra? El corazón se abre a la alabanza de Dios, a la gratitud, implora y pide su ayuda, se abre a la conversión y al perdón, etc.
4. Contemplación, compromiso: El corazón se centra en Dios. Con su misma mirada contemplo y juzgo mi propia vida y la realidad y me pregunto: ¿Quién eres, Señor? ¿Qué quieres que haga?


- Comentario   

Las parábolas son el corazón del evangelio, encierran la mayor y mejor parte de las "mismísimas palabras de Jesús", son la clave para entender el Reino.
Jesús habla del Reino como de una VIDA.
Las parábolas de la mostaza y de la levadura llevan consigo la idea de lo pequeño que puede más que lo grande y del crecimiento "de fuera adentro", "de abajo a arriba" y sin espectáculo alguno, en silencio, como crece el trigo, como fermenta la harina para ser pan...
La semillita que se hace arbusto, la levadura que fermenta la masa. Es el Reino en nosotros y somos nosotros en la humanidad. La Palabra germina en nosotros y al final toda nuestra vida se convierte en Reino. La Palabra fermenta nuestra vida y al final toda nuestra vida es pan sabroso. Una vez más, es la conversión.
Nos han presentado la conversión como producto de un fogonazo deslumbrante, pero no es así: es la semilla que se va haciendo árbol, como masa pesada y sosa que se va haciendo pan. Es, sobre todo, más exigente, porque cuando se han vivido cincuenta, setenta, noventa años, ¿qué conversión espectacular cabe esperar? Pero sí se puede seguir creciendo, seguir fermentando, seguir convirtiendo en pan cualquier rincón soso y pesado de nuestra masa.
En su momento, fueron sin duda parábolas bastante sorprendentes. La imagen del árbol para representar el reinado de Dios existía ya en Israel, pero era el alto y espléndido cedro, majestuoso, el mayor de los árboles; connotaba majestad, grandeza, poder. Jesús margina esa imagen y elige el humilde arbusto. Las imágenes del Reino no son triunfales.
Del mismo modo, incluir una mujer en un oficio casero como imagen del Reino no debió ser muy bien aceptado: la mujer era tenida por inferior e incluso impura; no se consideraría de muy buen gusto hacerla imagen del Reino.
Las parábolas son retratos de Jesús y de su estilo. Jesús no triunfó por dominación, ni actuó como condenador de pecadores, ni se nombró Sumo Pontífice, ni organizó espectáculos en el Templo. Se sembró, curando y cuidando a los débiles; se enterró en la masa inculta y supersticiosa de la gente normal. La semilla floreció y la levadura fermentó.
¿Cuándo volveremos al estilo de Jesús, a sus modestas, silenciosas, diminutas parábolas? (J. E. Galarreta)


ORACIÓN POR LAS VOCACIONES “AMOR DE DIOS”

Padre bueno, Jesús nos dijo: ”La mies es mucha y los obreros pocos, rogad al Dueño de la mies para que envíe obreros a sus campos”. Y además afirmó: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo concederá”.  Confiados en esta palabra de Jesús y en tu bondad, te pedimos vocaciones para la Iglesia y para la Familia “Amor de Dios”, que se entreguen a la construcción del Reino desde la civilización del amor.
Santa María, Virgen Inmaculada, protege con tu maternal intercesión a las familias y a las comunidades cristianas para que animen la vida de los niños y ayuden a los jóvenes a responder con generosidad a la llamada de Jesús, para manifestar el amor gratuito de Dios a los hombres. Amén.
"En estas dos cosas, principalmente, se parecen los hombres a Dios; en decir la verdad y hacer el bien”. (J. Usera)

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