"El que escucha mis palabras..."

El beato Pablo VI mencionaba, entre los obstáculos de la evangelización, precisamente la carencia de parresía: «La falta de fervor, tanto más grave cuanto que viene de dentro». ¡Cuántas veces nos sentimos tironeados a quedarnos en la comodidad de la orilla! Pero el Señor nos llama para navegar mar adentro y arrojar las redes en aguas más profundas (cf. Lc 5,4). Nos invita a gastar nuestra vida en su servicio. Aferrados a él nos animamos a poner todos nuestros carismas al servicio de los otros. Ojalá nos sintamos apremiados por su amor (cf. 2Co 5,14) y podamos decir con san Pablo: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16). Miremos a Jesús: su compasión entrañable no era algo que lo ensimismara, no era una compasión paralizante, tímida o avergonzada como muchas veces nos sucede a nosotros, sino todo lo contrario. Era una compasión que lo movía a salir de sí con fuerza para anunciar, para enviar en misión, para enviar a sanar y a liberar. Reconozcamos nuestra fragilidad, pero dejemos que Jesús la tome con sus manos y nos lance a la misión. Somos frágiles, pero portadores de un tesoro que nos hace grandes y que puede hacer más buenos y felices a quienes lo reciban. La audacia y el coraje apostólico son constitutivos de la misión. La parresía es sello del Espíritu, testimonio de la autenticidad del anuncio. Es feliz seguridad que nos lleva a gloriarnos del Evangelio que anunciamos, es confianza inquebrantable en la fidelidad del Testigo fiel, que nos da la seguridad de que nada «podrá separarnos del amor de Dios» (Rm 8,39). Necesitamos el empuje del Espíritu para no ser paralizados por el miedo y el cálculo, para no acostumbrarnos a caminar solo dentro de confines seguros. Recordemos que lo que está cerrado termina oliendo a humedad y enfermándonos. Cuando los Apóstoles sintieron la tentación de dejarse paralizar por los temores y peligros, se pusieron a orar juntos pidiendo la parresía: «Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos predicar tu palabra con toda valentía» (Hch 4,29). Y la respuesta fue que «al terminar la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos; los llenó a todos el Espíritu Santo, y predicaban con valentía la palabra de Dios» (Hch 4,31). (GE 130-133)


ORACIÓN DESDE LA PALABRA DE DIOS - Texto Bíblico: Mt 7, 21-27

No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre hemos echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?”. Entonces yo les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, los que obráis la iniquidad”. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».


- Pasos para la lectio divina:

1. Lectura y comprensión del texto: Nos lleva a preguntarnos sobre el conocimiento auténtico de su contenido ¿Qué dice el texto bíblico en sí? ¿Qué dice la Palabra?

2. Meditación: Sentido del texto hoy para mí ¿Qué me dice, qué nos dice hoy el Señor a través de este texto bíblico? Dejo que el texto ilumine mi vida, la vida de la comunidad o de mi familia, la vida de la Iglesia en este momento.

3. Oración: Orar el texto supone otra pregunta: ¿Qué le digo yo al Señor como respuesta a su Palabra? El corazón se abre a la alabanza de Dios, a la gratitud, implora y pide su ayuda, se abre a la conversión y al perdón, etc.

4. Contemplación, compromiso: El corazón se centra en Dios. Con su misma mirada contemplo y juzgo mi propia vida y la realidad y me pregunto: ¿Quién eres, Señor? ¿Qué quieres que haga?


Comentario:

Jesús exige a sus seguidores una nueva manera de estar en el mundo. En su mensaje queda claro que la teoría y la práctica son inseparables. Lo que salva es la actitud interior; pero si esa actitud no se manifiesta en obras, es que no existe. Las obras son la única garantía de una correcta actitud vital. Podemos llegar a creer que somos nosotros los que vamos a edificar el edificio espiritual. Ya dice el salmo: "si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles". Mis obras lo que tienen que manifestar es que me estoy dejando edificar, que me dejo llevar por la fuerza de Dios que actúa en mí. “No el que dice ¡Señor!, ¡Señor!”. No basta con oír, ni basta con hablar. Hay que vivir lo que hemos escuchado o lo que vamos proclamando en alta voz. La advertencia tiene hoy tanta vigencia como en tiempo de la primera comunidad. Es significativa la frase que tanto se repite hoy: "soy creyente pero no practicante". Si por practicar la religión entendemos ir a misa, confesar y comulgar, es que no nos hemos enterado de nada. Practicar la religión cristiana es actuar desde el respeto, la comprensión y el amor al otro. “...Sino el que cumple la voluntad de mi Padre”. La voluntad de Dios no le llegó a Jesús ni nos llegará a nosotros desde fuera. Es nuestro propio ser el que exige una manera determinada de vivir. En lo más hondo de mi ser tengo que descubrir lo que Dios espera de mí, grabado en el centro de mi propio ser. Es verdad que se dice que la roca es Cristo, pero dejando bien claro que él mismo tuvo que fundamentar su vida humana en lo que había de divino en él. Es decir, Jesús es la roca porque nos lleva al fundamento, que es Dios-Amor. Si nos damos cuenta de que nuestra existencia es un proceso que tenemos que llevar a cabo cada uno, descubriremos que la principal tarea de todo ser humano está siempre por hacer. La principal tarea de todo ser humano es la construcción de sí mismo. Para ello necesita unos planos, pero no puede quedarse contemplándolos. Es necesario que los ejecute. Somos un proyecto que hay que realizar. Ese proyecto está en lo más hondo de mi ser; sólo tengo que descubrirlo y hacerlo vida. La gran tentación es creer que la casa está ya construida y pretender meternos dentro a disfrutar... La plenitud humana sólo llegará si desarrollamos lo específicamente humano. Lo propio del hombre es su capacidad de conocer y de amar. El amor no se puede conseguir directamente, es consecuencia del conocimiento intuitivo, que nos hace descubrir nuestro verdadero ser, nace el amor-unidad. Es el amor que te convierte en roca. Ese es el amor del que nos habla Jesús. (Fray Marcos)



ORACIÓN POR LAS VOCACIONES “AMOR DE DIOS” 

Padre bueno, Jesús nos dijo:”La mies es mucha y los obreros pocos, rogad al Dueño de la mies para que envíe obreros a sus campos”. Y además afirmó: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo concederá”. Confiados en esta palabra de Jesús y en tu bondad, te pedimos vocaciones para la Iglesia y para la Familia “Amor de Dios”, que se entreguen a la construcción del Reino desde la civilización del amor. Santa María, Virgen Inmaculada, protege con tu maternal intercesión a las familias y a las comunidades cristianas para que animen la vida de los niños y ayuden a los jóvenes a responder con generosidad a la llamada de Jesús, para manifestar el amor gratuito de Dios a los hombres. Amén.


"¡Cuán grande es la fuerza de la verdad!" (J. Usera)

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