julio 2017- "¡Ánimo! Soy yo. No temáis."

“¡Ánimo! Soy yo. No temáis” 

 Es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio. En los países de tradición católica se tratará de acompañar, cuidar y fortalecer la riqueza que ya existe, y en los países de otras tradiciones religiosas o profundamente secularizados se tratará de procurar nuevos procesos de evangelización de la cultura, aunque supongan proyectos a muy largo plazo. No podemos, sin embargo, desconocer que siempre hay un llamado al crecimiento. Toda cultura y todo grupo social necesitan purificación y maduración. En el caso de las culturas populares de pueblos católicos, podemos reconocer algunas debilidades que todavía deben ser sanadas por el Evangelio: el machismo, el alcoholismo, la violencia doméstica, una escasa participación en la Eucaristía, creencias fatalistas o supersticiosas que hacen recurrir a la brujería, etc. Pero es precisamente la piedad popular el mejor punto de partida para sanarlas y liberarlas. También es cierto que a veces el acento, más que en el impulso de la piedad cristiana, se coloca en formas exteriores de tradiciones de ciertos grupos, o en supuestas revelaciones privadas que se absolutizan. Hay cierto cristianismo de devociones, propio de una vivencia individual y sentimental de la fe, que en realidad no responde a una auténtica «piedad popular». Algunos promueven estas expresiones sin preocuparse por la promoción social y la formación de los fieles, y en ciertos casos lo hacen para obtener beneficios económicos o algún poder sobre los demás. Tampoco podemos ignorar que en las últimas décadas se ha producido una ruptura en la transmisión generacional de la fe cristiana en el pueblo católico. Es innegable que muchos se sienten desencantados y dejan de identificarse con la tradición católica, que son más los padres que no bautizan a sus hijos y no les enseñan a rezar, y que hay un cierto éxodo hacia otras comunidades de fe. Algunas causas de esta ruptura son: la falta de espacios de diálogo familiar, la influencia de los medios de comunicación, el subjetivismo relativista, el consumismo desenfrenado que alienta el mercado, la falta de acompañamiento pastoral a los más pobres, la ausencia de una acogida cordial en nuestras instituciones, y nuestra dificultad para recrear la adhesión mística de la fe en un escenario religioso plural. (EG 69-70) 


ORACIÓN DESDE LA PALABRA DE DIOS 
 -Texto Bíblico: Mt 14, 24-33

La barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!». Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua». Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame». Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?». En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios». 

 - Pasos para la lectio divina 

1. Lectura y comprensión del texto: Nos lleva a preguntarnos sobre el conocimiento auténtico de su contenido ¿Qué dice el texto bíblico en sí? ¿Qué dice la Palabra? 

 2. Meditación: Sentido del texto hoy para mí ¿Qué me dice, qué nos dice hoy el Señor a través de este texto bíblico? Dejo que el texto ilumine mi vida, la vida de la comunidad o de mi familia, la vida de la Iglesia en este momento. 

3. Oración: Orar el texto supone otra pregunta: ¿Qué le digo yo al Señor como respuesta a su Palabra? El corazón se abre a la alabanza de Dios, a la gratitud, implora y pide su ayuda, se abre a la conversión y al perdón, etc. 

4. Contemplación, compromiso: El corazón se centra en Dios. Con su misma mirada contemplo y juzgo mi propia vida y la realidad y me pregunto: ¿Quién eres, Señor? ¿Qué quieres que haga? 


- Comentario 

 Cuando Mateo escribía su evangelio se había enfriado el entusiasmo de los primeros tiempos en la joven comunidad. Recogiendo un relato de Marcos y algunos recuerdos que se conservaban entre los cristianos sobre una tempestad a la que tuvieron que enfrentarse en alguna ocasión los discípulos de Jesús en el mar de Galilea, Mateo, escribió una bella catequesis con un objetivo concreto: ayudar a los seguidores de Jesús a reafirmarse en la fe sin dejarse hundir por las dificultades. Lo hizo con tal fuerza que todavía hoy nos puede reavivar por dentro. Los discípulos están solos. Esta vez no los acompaña Jesús. Se ha quedado a solas en un monte cercano, hablando con su Padre en el silencio de la noche. Lejos de la orilla, en medio de la inseguridad del mar; la barca es “sacudida por las olas”; “el viento es contrario”, todo se vuelve en contra. Además, se ha hecho de noche y las tinieblas lo envuelven todo. Los cristianos que escuchan el relato lo entienden enseguida. Conocen el lenguaje de los salmos y saben que “las aguas profundas”, “la tempestad”, las tinieblas de la noche” … son símbolos de inseguridad, de angustia e incertidumbre. Jesús se acerca andando sobre el agua. Nunca ha dejado de pensar en ellos. Pero los discípulos no son capaces de reconocerlo en medio de la tempestad y las tinieblas. El miedo es uno de los mayores obstáculos para reconocer a Jesús y seguirlo con fe, como “Hijo de Dios”, que nos acompaña y nos salva en las crisis. Jesús les dice las tres palabras que necesitan escuchar: “Ánimo. Soy yo. No tengáis miedo”. “Ánimo”: Jesús viene a infundir ánimo y sembrar esperanza en el mundo. “Soy yo”: No es un fantasma, sino alguien vivo, lleno de fuerza salvadora. “No tengáis miedo”: hemos de confiar y aprender a reconocerlo junto a nosotros en medio de las crisis, los peligros y las dificultades. Animado por las palabras de Jesús, Pedro hace una petición sorprendente: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua”. Quiere vivir la experiencia de caminar hacia Jesús, no apoyado en la seguridad, sino en la debilidad de la fe. Jesús le dice: “Ven”. Pedro bajó de la barca y se puso a caminar sobre el agua, pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo y empezó a hundirse. Es lo que nos puede pasar en los momentos de dificultad. ¿Qué hacer? Como Pedro podemos




gritar: “«Señor, sálvame». Este grito salido de lo más íntimo de nuestro corazón puede ser una forma humilde, pero muy real de vivir nuestra fe. Jesús le tiende la mano, lo agarra y lo salva de hundirse. Pedro y Jesús caminan agarrados en medio de las olas y el viento. Al subir a la barca la tormenta se calma. Cuando Jesús está en medio del grupo los discípulos recuperan a paz. Lo han vivido todo de cerca, llenos de miedo y angustia, pero han experimentado su fuerza salvadora. Los mismos que antes decían “es un fantasma” se postran ahora ante Jesús y confiesan: “Realmente eres Hijo de Dios”. Jesús está siempre con nosotros, nos llama, nos tiende la mano, nos salva.


 ORACIÓN POR LAS VOCACIONES “AMOR DE DIOS” 

 Padre bueno, Jesús nos dijo: “La mies es mucha y los obreros pocos, rogad al Dueño de la mies para que envíe obreros a sus campos”. Y además afirmó: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo concederá”. Confiados en esta palabra de Jesús y en tu bondad, te pedimos vocaciones para la Iglesia y para la Familia “Amor de Dios”, que se entreguen a la construcción del Reino desde la civilización del amor. Santa María, Virgen Inmaculada, protege con tu maternal intercesión a las familias y a las comunidades cristianas para que animen la vida de los niños y ayuden a los jóvenes a responder con generosidad a la llamada de Jesús, para manifestar el amor gratuito de Dios a los hombres. Amén. 


"Todo dolor, sacrificio, trabajo o alegría tiene una única razón que los sostiene: El Amor de Dios." (J. Usera)


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