“El que tenga oídos para oír, que oiga”

La misericordia tiene también el rostro de la consolación. «Consolad, consolad a mi pueblo» (Is 40,1), son las sentidas palabras que el profeta pronuncia también hoy, para que llegue una palabra de esperanza a cuantos sufren y padecen. No nos dejemos robar nunca la esperanza que proviene de la fe en el Señor resucitado. Es cierto, a menudo pasamos por duras pruebas, pero jamás debe decaer la certeza de que el Señor nos ama. Su misericordia se expresa también en la cercanía, en el afecto y en el apoyo que muchos hermanos y hermanas nos ofrecen cuando sobrevienen los días de tristeza y aflicción. Enjugar las lágrimas es una acción concreta que rompe el círculo de la soledad en el que con frecuencia terminamos encerrados.
Todos tenemos necesidad de consuelo, porque ninguno es inmune al sufrimiento, al dolor y a la incomprensión. Cuánto dolor puede causar una palabra rencorosa, fruto de la envidia, de los celos y de la rabia. C


uánto sufrimiento provoca la experiencia de la traición, de la violencia y del abandono; cuánta amargura ante la muerte de los seres queridos. Sin embargo, Dios nunca permanece distante cuando se viven estos dramas. Una palabra que da ánimo, un abrazo que te hace sentir comprendido, una caricia que hace percibir el amor, una oración que permite ser más fuerte…, son todas expresiones de la cercanía de Dios a través del consuelo ofrecido por los hermanos.

A veces también el silencio es de gran ayuda; porque en algunos momentos no existen palabras para responder a los interrogantes del que sufre. La falta de palabras, sin embargo, se puede suplir por la compasión del que está presente y cercano, del que ama y tiende la mano. No es cierto que el silencio sea un acto de rendición, al contrario, es un momento de fuerza y de amor. El silencio también pertenece al lenguaje de la consolación, porque se transforma en una obra concreta de solidaridad y unión con el sufrimiento del hermano. (Papa Francisco, Carta Apostólica Misericordia et misera,

ORACIÓN DESDE LA PALABRA DE DIOS
-Texto Bíblico: Mc 4, 1-9                   
Jesús se puso a enseñar otra vez junto al mar. Acudió un gentío tan enorme, que tuvo que subirse a una barca y, ya en el mar, se sentó; y el gentío se quedó en tierra junto al mar.

Les enseñaba muchas cosas con parábolas y les decía instruyéndolos: «Escuchad: Salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; los abrojos crecieron, la ahogaron y no dio grano. El resto cayó en tierra buena; nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno». Y añadió: «El que tenga oídos para oír, que oiga».13)


Pasos para la lectio divina

1. Lectura y comprensión del texto: Nos lleva a preguntarnos sobre el conocimiento auténtico de su contenido ¿Qué dice el texto bíblico en sí? ¿Qué dice la Palabra?
2. Meditación: Sentido del texto hoy para mí ¿Qué me dice, qué nos dice hoy el Señor a través de este texto bíblico?Dejo que el texto ilumine mi vida, la vida de la comunidad o de mi familia, la vida de la Iglesia en este momento.
3. Oración: Orar el texto supone otra pregunta: ¿Qué le digo yo al Señor como respuesta a su Palabra? El corazón se abre a la alabanza de Dios, a la gratitud, implora y pide su ayuda, se abre a la conversión y al perdón, etc.
4. Contemplación, compromiso: El corazón se centra en Dios. Con su misma mirada contemplo y juzgo mi propia vida y la realidad y me pregunto: ¿Quién eres, Señor? ¿Qué quieres que haga?


- Comentario

Jesús se encuentre de nuevo a la orilla del mar, le seguía una multitud, sube a una barca, se distancia un poco de la orilla y comienza a enseñarles con parábolas. Con estos breves relatos, Jesús busca poner a la gente en contacto con experiencias de su propia vida que pueden ayudarles a abrirse al reino de Dios.
Los campesinos de Galilea saben lo que es sembrar y lo que es vivir pendientes de la futura cosecha. “Salió un sembrador a sembrar”. Lo hace con confianza, siembra de manera abundante, incluso en lugares donde parece difícil que la semilla pueda germinar. Así es Jesús, sale cada mañana movido por el Espíritu de Dios a anunciar la Buena Noticia del reino de Dios. Lo hace incluso entre los escribas, los fariseos y los vecinos de Nazaret, donde ha sido rechazado.
El relato cuenta con todo detalle lo sucede con la siembra. Una parte de la semilla cae a lo largo del camino. La tierra está endurecida, la semilla no puede penetrar, vienen los pájaros y se la comen, desaparece sin dejar rastro. Otra parte cae en zona pedregosa. La semilla solo penetra en la superficie, llega a dar un pequeño brote, pero al no poder echar raíces, al salir el sol, se seca, la siembra termina fracasando. Otra parte cae en tierra más abandonada, donde crecen abrojos y malas hierbas. La semilla puede germinar y crecer, pero no llega a dar fruto. La semilla que cayó en tierra buena no solo germina, sino que se desarrolla y da fruto abundante.
La gente empieza a entender. Jesús siembra como los campesinos. Al sembrar, todos saben que parte de la siembra se puede echar a perder, pero esto no desalienta al sembrador: lo importante es la cosecha final. Con el reino de Dios sucede algo semejante. No faltan obstáculos y resistencias, pero la semilla sembrada por Jesús dará fruto.
Jesús deja el relato abierto: “El que tenga oídos para oír, que oiga”. Los oyentes podrán escuchar diversas llamadas. Algunos podrán tomar conciencia más viva de que Dios está queriendo introducirse en sus vidas para hacer un mundo nuevo. Otros podrán contagiarse de la confianza y la seguridad de Jesús: a pesar de las resistencias y rechazos, el reino de Dios se abrirá camino. Pero, sin duda, la parábola es sobre todo una invitación a acoger esa experiencia nueva y sorprendente que Jesús está tratando de contagiar a todos y que él llama “reino de Dios”. El fracaso de la siembra no se debe al sembrador, él sigue sembrando. Si nosotros acogemos esa semilla, poco a poco germinará y crecerá, nuestra vida se irá transformando y nos convertiremos en colaboradores del reino de Dios. (Cf. A. Pagola)


ORACIÓN POR LAS VOCACIONES  “AMOR DE DIOS”

Padre bueno, Jesús nos dijo: “La mies es mucha y los obreros pocos, rogad al Dueño de la mies para que envíe obreros a sus campos”. Y además afirmó: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo concederá”.

Confiados en esta palabra de Jesús y en tu bondad,  te pedimos vocaciones para la Iglesia y para la Familia “Amor de Dios”, que se entreguen a la construcción del Reino desde la civilización del amor.

Santa María, Virgen Inmaculada, protege con tu maternal intercesión a las familias y a las comunidades cristianas para que animen la vida de los niños y ayuden a los jóvenes a responder con generosidad a la llamada de Jesús, para manifestar el amor gratuito de Dios a los hombres. Amén.


"Inculca sentimientos de bondad. Transmite la verdad y haz el bien.”. (J. Usera) 



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