"PAZ A VOSOTROS"



Jesús vivía en armonía plena con la creación, y los demás se asombraban: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Mt 8,27) Estaba lejos de las filosofías que despreciaban el cuerpo, la materia y las cosas de este mundo. Sin embargo, esos dualismos malsanos llegaron a tener una importante influencia en algunos pensadores cristianos a lo largo de la historia y desfiguraron el Evangelio. Jesús trabajaba con sus manos, tomando contacto cotidiano con la materia creada por Dios para darle forma con su habilidad de artesano. Llama la atención que la mayor parte de su vida fue consagrada a esa tarea, en una existencia sencilla que no despertaba admiración alguna: «¿No es este el carpintero, el hijo de María?» (Mc 6,3). Así santificó el trabajo y le otorgó un peculiar valor para nuestra maduración. Para la comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda la creación pasa por el misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las cosas: «Todo fue creado por él y para él» (Col 1,16). Desde el inicio del mundo, pero de modo peculiar a partir de la encarnación, el misterio de Cristo opera de manera oculta en el conjunto de la realidad natural, sin por ello afectar su autonomía. El Nuevo Testamento no sólo nos habla del Jesús terreno y de su relación tan concreta y amable con todo el mundo. También lo muestra como resucitado y glorioso, presente en toda la creación con su señorío universal: «Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud. Por él quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz» (Col 1,19-20). Esto nos proyecta al final de los tiempos, cuando el Hijo entregue al Padre todas las cosas y «Dios sea todo en todos» (1 Co 15,28). De ese modo, las criaturas de este mundo ya no se nos presentan como una realidad meramente natural, porque el Resucitado las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de plenitud. Las mismas flores del campo y las aves que él contempló admirado con sus ojos humanos, ahora están llenas de su presencia luminosa. (Cf. Laudato si’, 98-100)




ORACIÓN DESDE LA PALABRA DE DIOS


--> -Texto Bíblico: Jn 20, 19-22

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Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio de ellos y les dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”.


--> - Pasos para la lectio divina

1. Lectura y comprensión del texto: Nos lleva a preguntarnos sobre el conocimiento auténtico de su contenido ¿Qué dice el texto bíblico en sí? ¿Qué dice la Palabra?
2. Meditación: Sentido del texto hoy para mí ¿Qué me dice, qué nos dice hoy el Señor a través de este texto bíblico? Dejo que el texto ilumine mi vida, la vida de la comunidad o de mi familia, la vida de la Iglesia en este momento.
3. Oración: Orar el texto supone otra pregunta: ¿Qué le digo yo al Señor como respuesta a su Palabra? El corazón se abre a la alabanza de Dios, a la gratitud, implora y pide su ayuda, se abre a la conversión y al perdón, etc.
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4. Contemplación, compromiso: El corazón se centra en Dios. Con su misma mirada contemplo y juzgo mi propia vida y la realidad y me pregunto: ¿Quién eres, Señor? ¿Qué quieres que haga?

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- Comentario               

Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero no está Jesús con ellos. En el grupo hay un vacío que nadie puede llenar. Todavía no se han disipado las tinieblas de la crucifixión. Es una comunidad sin horizonte, paralizada por el miedo. Les falta el Señor, que, según el evangelista Juan, es la Luz. Con miedo no es posible amar al mundo como Jesús ni anunciar a nadie la Buena Noticia.

Es Jesús quien toma la iniciativa. Estando las puertas cerradas, “entra” en la casa. Nada ni nadie puede impedir al Resucitado ponerse en contacto con los suyos para reavivar a su comunidad. Según el relato, “entra y se pone en medio de ellos” lleno de vida. Es él quien ha de estar siempre en el centro. Nadie ha de ocupar su lugar. Con el Resucitado todo es posible: disipar las tinieblas, liberarse del miedo, abrir las puertas y poner en marcha la evangelización del mundo.

Lo primero que infunde Jesús a sus discípulos es la paz perdida por su cobardía y debilidad en el momento de la cruz. Por dos veces les repite: “Paz a vosotros”. Al mismo tiempo les enseña “las manos y el costado”. En esas cicatrices pueden descubrir que Jesús les ha amado hasta el extremo. Al ver al Señor con sus llagas, los discípulos “se llenaron de alegría”, una alegría que ya nada ni nadie les podrá quitar. Con el Resucitado en medio de ellos pasan del miedo a la paz, de la oscuridad a la alegría de verlo lleno de vida, de las puertas cerradas pasan a ser enviados a la misión: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. No les dice en concreto a quienes han de ir, qué han de anunciar y como han de actuar. Jesús les envía para que reproduzcan su presencia entre las gentes. Ya han visto a quienes se ha acercado, como ha ido anunciando la Buena Noticia, como ha ido sembrando gestos de curación, liberación y perdón.

Jesús sabe que sus discípulos son frágiles. Necesitan la fuerza de su Espíritu para cumplir la misión. Por eso hace con ellos un gesto especial: “Sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Los discípulos tuvieron que aprender a vivir siguiendo al Resucitado de una forma nueva, ahora le seguirán acogiendo su Espíritu, recordando sus palabras y reproduciendo sus gestos creativamente, pero saben que el Señor está con ellos para siempre.


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También para nosotros es decisivo vivir abiertos al Espíritu del Resucitado. Sin él corremos el riesgo de vivir sin creatividad, con las “puertas cerradas”, pero si lo acogemos su presencia despertará en nosotros la alegría y la paz que nos llevará a ser sus testigos y a abrir caminos nuevos al reino del Padre. (A. Pagola)



ORACIÓN POR LAS VOCACIONES “AMOR DE DIOS”
Padre bueno, Jesús nos dijo: “La mies es mucha y los obreros pocos, rogad al Dueño de la mies para que envíe obreros a sus campos”. Y además afirmó: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo concederá”.  Confiados en esta palabra de Jesús y en tu bondad, te pedimos vocaciones para la Iglesia y para la Familia “Amor de Dios”, que se entreguen a la construcción del Reino desde la civilización del amor.
Santa María, Virgen Inmaculada, protege con tu maternal intercesión a las familias y a las comunidades cristianas para que animen la vida de los niños y ayuden a los jóvenes a responder con generosidad a la llamada de Jesús, para manifestar el amor gratuito de Dios a los hombres. Amén.



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"Siento que Dios me llama a hacer el bien en la tierra." 
(J. Usera)



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