“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón”

La paz, que los ángeles anunciaron a los pastores en la noche de Navidad, es una aspiración
profunda de todas las personas y de todos los pueblos, especialmente de
aquellos que más sufren por su ausencia, y a los que tengo presentes en mi
recuerdo y en mi oración. De entre ellos quisiera recordar a los más de 250
millones de migrantes en el mundo, de los que 22 millones y medio son
refugiados. Estos últimos, como afirmó mi querido predecesor Benedicto XVI, «son hombres y mujeres, niños,
jóvenes y ancianos que buscan un lugar donde vivir en paz». Para encontrarlo,
muchos de ellos están dispuestos a arriesgar sus vidas a través de un viaje
que, en la mayoría de los casos, es largo y peligroso; están dispuestos a
soportar el cansancio y el sufrimiento, a afrontar las alambradas y los muros
que se alzan para alejarlos de su destino.
Todos los datos de que dispone la comunidad
internacional indican que las migraciones globales seguirán marcando nuestro
futuro. Algunos las consideran una amenaza. Os invito, al contrario, a
contemplarlas con una mirada llena de confianza, como una oportunidad para
construir un futuro de paz.
Para ofrecer a los solicitantes de asilo, a los refugiados, a los
inmigrantes y a las víctimas de la trata de seres humanos una posibilidad de
encontrar la paz que buscan, se requiere una estrategia que conjugue cuatro
acciones: acoger, proteger, promover e integrar”.
ORACIÓN DESDE LA PALABRA DE DIOS
Un escriba se acercó a Jesús y le
preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?». Respondió Jesús: «El
primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente,
con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No
hay mandamiento mayor que estos». El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, sin
duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de
él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el
ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y
sacrificios». Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No
estás lejos del reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
- Pasos para la lectio divina
1. Lectura y comprensión del texto: Nos lleva a preguntarnos sobre el conocimiento
auténtico de su contenido ¿Qué dice el texto bíblico en sí? ¿Qué dice la
Palabra?
2. Meditación: Sentido del
texto hoy para mí ¿Qué me dice, qué nos dice hoy el Señor a través de este
texto bíblico? Dejo que el texto ilumine mi vida, la vida de la comunidad o de
mi familia, la vida de la Iglesia en este momento.
3. Oración: Orar el texto
supone otra pregunta: ¿Qué le digo yo al Señor como respuesta a su Palabra? El corazón se abre a la alabanza de Dios, a la
gratitud, implora y pide su ayuda, se abre a la conversión y al perdón, etc.
4. Contemplación, compromiso:
El corazón se centra en Dios. Con su misma mirada contemplo y juzgo mi propia
vida y la realidad y me pregunto: ¿Quién
eres, Señor? ¿Qué quieres que haga?
- Comentario
El gran mandato de Jesús para acoger y
buscar el reino de Dios y su justicia es claro: “Sed compasivos como vuestro
Padre del cielo es compasivo”. Entonces ¿Qué decir de las leyes y mandamientos
que rigen la religión de Israel? Jesús los resume en amar a Dios con todo el
corazón y amar al prójimo como a uno mismo.
El escriba que se acerca a Jesús no viene
a tenderle una trampa ni a discutir con él. Su vida está fundamentada en leyes
y preceptos que le indican cómo comportarse en cada momento para ser fiel a la
Alianza. Sin embargo, en su corazón se ha despertado una pregunta: “¿Qué mandamiento
es el primero de todos?”. No es una pregunta más. Aquel hombre quiere saber qué
es lo más importante para Dios, qué es lo esencial para hacer su voluntad.
Jesús entiende muy bien lo que siente. Cuando en la religión se van acumulando
leyes, preceptos, costumbres y ritos, es fácil vivir dispersos, sin saber
exactamente qué es lo primero y fundamental.
Jesús le recuerda las primeras palabras de la oración
llamada Shemá, que recoge lo esencial
de la fe judía en el Dios de la Alianza: “El
primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente,
con todo tu ser”. El escriba está pensando en un Dios que tiene poder para dar
leyes. Jesús le coloca ente un Dios cuya voz hemos de escuchar. Cuando
escuchamos al verdadero Dios, percibimos una llamada a amar. El amor es el
principio animador y orientador de todo lo demás, el ser humano ha de vivir
centrado en el amor a Dios con todo lo que constituye su ser.
Jesús añade enseguida otro mandato, por
el que nadie le ha preguntado: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos”. Nuestra propia
experiencia puede ser el mejor punto de partida saber cómo hemos de tratar a
una persona concreta.
El escriba aprueba con entusiasmo lo dicho por Jesús y
repite literalmente sus palabras añadiendo que el amor a Dios y al prójimo “vale
más que todos los holocaustos y sacrificios”. Estos ritos que pretendían
asegurar la relación con Dios quedan subordinados al amor, que es lo que
realmente nos une a él.
Amar a Dios con todo el corazón es amar a un Padre que ama
sin límites a todos sus hijos e hijas. Por eso no es posible amar a Dios sin
desear lo que él quiere y sin amar a quienes él ama. El amor a Dios hace
imposible vivir encerrado en uno mismo, indiferente al sufrimiento de los
demás. (Cf.
J. A. Pagola)
Padre bueno, Jesús nos dijo:”
La mies es mucha y los obreros pocos, rogad al Dueño de la mies para que envíe
obreros a sus campos”. Y además afirmó: “Todo lo que pidáis al Padre en mi
nombre, os lo concederá”. Confiados en
esta palabra de Jesús y en tu bondad, te pedimos vocaciones para la Iglesia y
para la Familia “Amor de Dios”, que se entreguen a la construcción del Reino
desde la civilización del amor.
Santa María, Virgen
Inmaculada, protege con tu maternal intercesión a las familias y a las
comunidades cristianas para que animen la vida de los niños y ayuden a los
jóvenes a responder con generosidad a la llamada de Jesús, para manifestar el
amor gratuito de Dios a los hombres. Amén.
"El hombre
lleva a Dios en el fondo de su corazón". (J. Usera)
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