“encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”
“Rogad al Dueño de la
mies…”
DICIEMBRE 2017

En el Adviento la Iglesia se une de manera particular a
María, Ella es un gran ejemplo para nosotros en la espera de la venida de
Cristo que invade todo este período. Desde el mismo momento de la Encarnación
del Verbo, esta espera asume en Ella una forma concreta: se hace maternidad.
Debajo de su corazón virginal late ya la nueva vida, la del Hijo de Dios hecho
hombre en su seno. ¡María es toda Adviento!
Es interesante recordar las
enseñanzas de Pablo VI en la exhortación apostólica Marialis Cultus: “Durante el tiempo de Adviento
la Liturgia recuerda frecuentemente a la Santísima Virgen. El domingo anterior
a la Navidad hace resonar antiguas voces proféticas sobre la Virgen Madre y el
Mesías, y se leen episodios evangélicos relativos al nacimiento inminente de
Cristo y del Precursor.
De
este modo, los fieles que viven con la Liturgia el espíritu del Adviento, al
considerar el inefable amor con que la Virgen Madre esperó al Hijo, se sentirán
animados a tomarla como modelo y a prepararse, vigilantes en la oración y jubilosos en la
alabanza, para salir al encuentro del Salvador que viene. Queremos, además,
observar cómo en la Liturgia de Adviento, uniendo la espera mesiánica y la
espera del glorioso retorno de Cristo al admirable recuerdo de la Madre,
presenta un feliz equilibrio cultual, que puede ser tomado como norma para
impedir toda tendencia a separar, como ha ocurrido a veces en algunas formas de
piedad popular, el culto a la Virgen de su necesario punto de referencia:
Cristo.
- Texto Bíblico: Lc
2, 4-15
También José, por ser de la casa y familia
de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David,
que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba
encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto
y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un
pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.
En aquella misma región había unos pastores
que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. De repente un
ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad,
y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: «No temáis, os anuncio una
buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad
de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la
señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» …
Y sucedió que, cuando los ángeles se
marcharon al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, a
Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado».
Pasos
para la lectio divina
1.
Lectura y comprensión del texto: Nos lleva a preguntarnos sobre el
conocimiento auténtico de su contenido ¿Qué dice el texto bíblico en sí? ¿Qué
dice la Palabra?
2.
Meditación: Sentido del texto hoy para mí ¿Qué me dice, qué nos dice hoy
el Señor a través de este texto bíblico? Dejo
que el texto ilumine mi vida, la vida de la comunidad o de mi familia, la vida
de la Iglesia en este momento.
3.
Oración: Orar el texto supone otra pregunta: ¿Qué le digo yo al Señor
como respuesta a su Palabra? El corazón se abre a la alabanza de Dios, a la
gratitud, implora y pide su ayuda, se abre a la conversión y al perdón, etc.
4.
Contemplación, compromiso: El corazón se centra en Dios. Con su misma
mirada contemplo y juzgo mi propia vida y la realidad y me pregunto: ¿Quién
eres, Señor? ¿Qué quieres que haga?
- Comentario
Dios, el Eterno, el Infinito, es Dios
con nosotros: no está lejos, no debemos buscarlo en las órbitas celestes o
en una idea mística; es cercano, se ha hecho hombre y no se cansará jamás de
nuestra humanidad, que ha hecho suya. Su luz que, según la profecía de Isaías
iluminará a quien camina en tiniebla, ha aparecido y ha envuelto a los pastores
de Belén.
«Encontraréis un niño envuelto en pañales
y acostado en un pesebre» Este es el
signo de siempre para encontrar a Jesús. Si queremos
celebrar la verdadera Navidad, contemplemos este signo: la sencillez frágil de
un niño recién nacido, la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales
que lo cubren. Allí está Dios. Para encontrarlo hay que ir allí, donde él está:
es necesario reclinarse, abajarse, hacerse pequeño. El Niño que nace nos
interpela: nos llama a dejar los engaños de lo transitorio para ir a lo
esencial, a renunciar a nuestras pretensiones insaciables, a abandonar las
insatisfacciones permanentes y la tristeza ante cualquier cosa que siempre nos
faltará. Nos hará bien dejar estas cosas para encontrar de nuevo en la
sencillez del Niño Dios la paz, la alegría, el sentido luminoso de la vida.
La Navidad tiene sobre todo un sabor de esperanza porque, a
pesar de nuestras tinieblas, la luz de Dios resplandece. Su luz suave no da
miedo; Dios, enamorado de nosotros, nos atrae con su ternura, naciendo pobre y
frágil en medio de nosotros, como uno más. No viene a devorar y a mandar, sino
a nutrir y servir. De este modo hay una línea directa que une el pesebre y la
cruz, donde Jesús será pan
partido: es la línea directa del amor que se da y nos salva, que da luz
a nuestra vida, paz a nuestros corazones.
Lo entendieron, en esa noche, los
pastores, que estaban entre los marginados de entonces. Pero ninguno está
marginado a los ojos de Dios y fueron justamente ellos los invitados a la
Navidad. También nosotros dejémonos interpelar y convocar por Jesús, vayamos a
él con confianza, desde aquello en lo que nos sentimos marginados, desde
nuestros límites, desde nuestros pecados. Dejémonos tocar por la ternura que
salva. Acerquémonos a Dios que se hace cercano. Entremos
en la verdadera Navidad con los pastores, llevemos a Jesús lo que somos,
nuestras marginaciones, nuestras heridas no curadas, nuestros pecados. Así, en
Jesús, saborearemos el verdadero espíritu de Navidad: la belleza de ser amados
por Dios. Contemplando su amor humilde e infinito, digámosle sencillamente
gracias: gracias, porque has hecho todo esto por mí.
(Cf. Homilía del Papa
Francisco, 24 de diciembre de 2016)
ORACIÓN
POR LAS VOCACIONES “AMOR DE DIOS”
Padre bueno,
Jesús nos dijo: “La mies es mucha y los obreros pocos, rogad al Dueño de la
mies para que envíe obreros a sus campos”. Y además afirmó: “Todo lo que pidáis
al Padre en mi nombre, os lo concederá”.
Confiados en esta
palabra de Jesús y en tu bondad, te pedimos vocaciones para la Iglesia y para
la Familia “Amor de Dios”, que se entreguen a la construcción del Reino desde
la civilización del amor.
Santa María,
Virgen Inmaculada, protege con tu maternal intercesión a las familias y a las
comunidades cristianas para que animen la vida de los niños y ayuden a los
jóvenes a responder con generosidad a la llamada de Jesús, para manifestar el
amor gratuito de Dios a los hombres. Amén.
El Hijo de Dios se dignó bajar
de los cielos y, lleno de amor por los hombres, se hizo hombre”. (J.
Usera)
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