“¡Quédate con nosotros!”

Sería oportuno que cada comunidad,
en un domingo del Año litúrgico, renovase su compromiso en favor de la
difusión, el conocimiento y la profundización de la Sagrada Escritura: un
domingo dedicado enteramente a la Palabra de Dios para comprender la inagotable
riqueza que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo. Habría que
enriquecer ese momento con iniciativas creativas, que animen a los creyentes a
ser instrumentos vivos de la transmisión de la Palabra. Ciertamente, entre esas
iniciativas tendrá que estar la difusión más amplia de la lectio divina,
para que, a través de la lectura orante del texto sagrado, la vida espiritual
se fortalezca y crezca. La lectio divina sobre los temas de la
misericordia permitirá comprobar cuánta riqueza hay en el texto sagrado, que
leído a la luz de la entera tradición espiritual de la Iglesia, desembocará
necesariamente en gestos y obras concretas de caridad. (Papa
Francisco, Carta Apostólica Misericordia et
misera,7)
ORACIÓN DESDE LA PALABRA DE DIOS
-Texto Bíblico: Lc 24, 13-35
Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada
Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre
ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en
persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces
de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais
de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se
llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no
sabes lo que ha pasado allí estos días?». Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le
contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, (…). Entonces él les dijo: «¡Qué necios
y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el
Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». (…). Llegaron cerca de la
aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo
apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de
caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el
pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les
abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se
dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el
camino y nos explicaba las Escrituras? (…)».
- Pasos para la lectio divina
1. Lectura y comprensión del texto: Nos lleva a preguntarnos sobre el conocimiento
auténtico de su contenido ¿Qué dice el texto bíblico en sí? ¿Qué dice la
Palabra?
2. Meditación: Sentido del
texto hoy para mí ¿Qué me dice, qué nos dice hoy el Señor a través de este
texto bíblico? Dejo que el texto ilumine mi vida, la vida de la comunidad o de
mi familia, la vida de la Iglesia en este momento.
3. Oración: Orar el texto
supone otra pregunta: ¿Qué le digo yo al Señor como respuesta a su Palabra? El corazón se abre a la alabanza de Dios, a la
gratitud, implora y pide su ayuda, se abre a la conversión y al perdón, etc.
4. Contemplación, compromiso:
El corazón se centra en Dios. Con su misma mirada contemplo y juzgo mi propia
vida y la realidad y me pregunto: ¿Quién
eres, Señor? ¿Qué quieres que haga?
- Comentario
Dos discípulos van camino de Emaús. Todo
sucede en ese camino, que sugiere, por una parte, el recorrido de nuestra vida,
y por otra el camino interior que hemos de hacer para reconocer la presencia
del Resucitado, que camina junto a nosotros.
Los dos caminantes marchan envueltos en
tristeza y desolación. Aparentemente poseen lo necesario para creer. Conocen
las escrituras, han escuchado a Jesús y han visto su actuación de “profeta
poderoso en obras y palabras”, pero saben que Jesús ha muerto crucificado,
condenado como un malhechor condenado por los dirigentes religiosos. Han oído
el mensaje de la resurrección, pero todo es inútil, ellos no lo han visto.
El relato nos dice que “mientras
conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con
ellos”. Sin embargo “sus ojos no eran capaces de reconocerle”, Jesús les parece
un extraño.
Cuando ellos manifiestan su desengaño y
abatimiento, Jesús comienza a curar sus corazones, les explica las escrituras,
para que descubran mejor la identidad del Mesías, el contenido salvador de su
muerte, la verdadera liberación que ofrece Cristo y la novedad de su esperanza.
En los discípulos se va produciendo una transformación: la incredulidad, que
les ha impedido abrirse al misterio encerrado en Jesús, va desapareciendo y más
tarde comentarán “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?”.
Aunque no han reconocido a Jesús sienten
la necesidad de su compañía y cuando cerca de Emaús hace ademán de continuar,
ellos le retienen: “Quédate con nosotros”. Y Jesús entró para quedarse con
ellos. Nunca les abandonará. Se sientan como amigos a compartir la misma mesa.
Es entonces cuando Jesús repite lo que, según la tradición había hecho en la
cena de despedida: “Tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio”.
En los discípulos se despierta la fe: “Se les abrieron los ojos y le reconocieron”.
Descubren a Jesús como alguien que alimenta sus vidas, les sostiene en el
cansancio y les fortalece para el camino.
Reconocer a Jesús es mucho más que verlo,
los discípulos saben que Jesús está vivo y les acompaña. Esta experiencia les
transforma. Recuperan la esperanza. Llenos de alegría, se levantan y marchan
presurosos a contar lo que “les ha pasado por el camino”. Necesitan comunicar a
todos que Jesús está vivo y contagiar a toda la experiencia que ellos mismos
han vivido.
Si, al hacer el recorrido de la vida, nos
reunimos para recordar a Jesús, escuchar su mensaje, celebrar la eucaristía y
nos sentimos reafirmados en nuestra fe, alentados a seguirle con esperanza
nueva y contagiamos la alegría del encuentro, el Resucitado está caminando con
nosotros. (Cf.
A. Pagola)
ORACIÓN POR LAS VOCACIONES “AMOR DE
DIOS”

Santa María, Virgen
Inmaculada, protege con tu maternal intercesión a las familias y a las
comunidades cristianas para que animen la vida de los niños y ayuden a los
jóvenes a responder con generosidad a la llamada de Jesús, para manifestar el
amor gratuito de Dios a los hombres. Amén.
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